La historia de Emilor
EMILOR era un chico común y corriente, de cabello rubio enrulado, ojos negros y de personalidad impredecible. Nació en algún lugar de no se sabe dónde, sólo se conjetura que un Martes 7 de Agosto de 1977, en una noche tenebrosa donde los truenos crepitaban para sobresaltar a la gente de la cama, en una isla de particular cultura, donde la gente veneraba al dios del viento, Ventarrón, representado por un viejo ventilador en desuso. Esa noche, en sus playas, una pareja se encontraba caminando, cuando inesperadamente ven detenerse en un puente una camioneta gris. Una negra y misteriosa mano se asoma por la ventanilla sacando una bolsa con algo revolviéndose en su interior; y tomando impulso, la arroja al mar. De inmediato, ellos se zambulleron en las aguas y rescataron la bolsa en sus profundidades. Y allí lo encontraron, en el interior de una bolsa de residuos en el fondo del mar, con una pulsera de oro sobre su brazo, trayendo el nombre grabado de Emilor. Así fue como lo llamaron, pero lo apodaron “basura”.
Este fue creciendo y se transformó en un niño, mostrando desde temprana edad actitudes irrespetuosas y de pillaje. Una mañana aburrida paseaba con su padre por el campo mientras este le explicaba:
–¿Viste hijo? Este es un campo de trigo.
–¿Y cuándo brotan los panes? –declaró él “intrigado”.
En otra ocasión, tironeaba de un perro maltrecho; e interceptado por un amiguito, este le consulta:
–¿Adónde vas con ese perro?
–Es una mina de oro –le respondió entusiasmado–. Una señora me dio 10 efes si me lo llevaba, mi madre me dio 20 efes si lo ahogaba porque le orinó en la cama, y otra señora me dio 40 efes si le perdonaba la vida.
Con el tiempo fue creciendo junto con su maldad, mientras sus padres tenían dos hijos más: César alias “cabezón”, y Luisa a la que apodaron “apestosa”.
Cuando tuvo 15 años de edad se unió a una patota de mal vivientes llamada Los Monstruos del Pantano; y cada vez que aparecía en una esquina tan alto y tan negro, bandadas de muchachos se escapaban de todas partes, abandonaban sus juegos y los amenazaban con su índice ya que estos eran ¡el terror del barrio!.
Una mañana mientras atendía al sodero lo arrestaron bajo los cargos: Tramposo, romper un vidrio, falsificar billetes antiguos, guiar a un ciego a un acantilado, abandonar a una viejecita en pleno tránsito, tocar los glúteos a la hija del presidente, no bañarse, etc., etc., etc. ... Su sentencia fue, cinco años sin ver la luz y ser iluminado de golpe por un reflector.
Sus primeras noches fueron incómodas, ya que su colchón estaba relleno de adoquines. Más tarde se enteró que el famoso criminal Hombre de Hierro, había pasado una temporada en su misma celda. Ante aquello, le preguntó a su compañero de prisión:
–¿Es verdad que el Hombre de Hierro estuvo en esta misma celda?
–Sí, estuvo conmigo 10 años sin ver la luz –le respondió este orgulloso.
–¿Y la celda estuvo así desde entonces? ¿Con la misma cama? –indagó.
–Sí, y durmió en tu misma cama –le afirmó este.
–Ahora sé por qué lo llamaban Hombre de Hierro –suspiró Emilor con dolidos gestos al palparse el cuerpo.
Esa fue la primera conversación con su compañero de prisión. A raíz de esto, le tomó confianza, revelándole sus ilusiones; y al final, Emilor comenzó a escuchar cada tarde el relato de un mismo sueño, dicho por idénticas palabras por una voz invariable y obcecada, siempre lo mismo: Tener un campo grande para cosechar y una granja con muchos animales. Al oírlo, tenía los ojos clavados en él y no decía palabra: lo observaba con una especie de atención casi hipnotizante, con profundos deseos de que cerrara la boca ya que estaba harto de escucharlo; y un día después de un año, explotó, gritándole:
–¡¡¡Estoy podrido!!!
–¡Se nota! ¿¡Por qué no te bañas, basura!? –le respondió su compañero.
A causa de esto, Emilor enloqueció y fue transferido a un instituto para enfermos mentales, locos, psicópatas, paranoicos, idiotas, estúpidos, tarados, tontos, bobos, hopas y huevones, en donde la pasó abruptamente. ¿Por qué? Un día dos compañeros de cuarto lo involucraron bajo presión en una fuga. Para ello, los dos internos procedieron a disfrazarse de caramelos: Uno se envolvió dentro de un papel verde y el otro marrón, obligando a Emilor a cubrirse con una rosada envoltura.
Ahora bien, sin que nadie los viera, lograron llegar hasta la puerta de salida.
–¡Alto! ¡Dementes! –fueron sorprendidos por uno de los guardias.
–No –replica el de envoltura marrón; y señalando a su compañero, argumenta–: Él es de mente, yo soy de chequelete.
Viendo que no habían notado su presencia, Emilor se escabulle, cuando la autoritaria voz exclama:
–¿¡Y usted!?
–Eh... Yo soy de tetefrete –le responde asustado.
Por intento de fuga, él y sus dos compañeros de escape fueron transferidos por avión a un hospital de mayor seguridad junto con un gran contingente de enfermos mentales. Pero durante el vuelo, la turba de locos se reveló, causando un gran disturbio en la sección de pasajeros, cosa que puso nerviosa a la tripulación de mando. Un sobrecargo fue para calmarlos; pero al no regresar, enviaron al comisario de a bordo, el cual tampoco volvió... Los minutos pasaban y el revuelo ponía en peligro la seguridad de la aeronave.
–Yo no voy ni loco –declaró el copiloto–. Este hato de engendros los habrán matado o algo peor.
–Pues deja que yo me encargue –se levantó uno de acento español.
Comportándose como ellos, este copiloto pasó desapercibido entre el eufórico pandemonio; y acercándose a una de las puertas, la abrió, invitándolos:
–¡Vayáis a jugar al patio!
Y como una estampida de bestias desbocadas, se atropellaron para salir. Empujado por la multitud, Emilor, que aún mantenía parte de su juicio, logró aferrarse de la puerta del avión, observando como sus compañeros caían desbandados al vacío.
A causa de esta experiencia, ocurrió que en el nuevo hospital, Emilor mejoró notablemente, y lo comisionaron a cuidar el jardín, y se sentía agradecido del trabajo que le asignaron, que exigía concentración y conversación, pues le impedía pensar en todo lo que había pasado.
A la edad de 22 años salió por buena conducta y totalmente recuperado, o eso era lo que ellos creían. Ya que una tarde su padre lo envió a comprar cemento, y él se dirigió al cementerio para adquirir el producto. Fue allí donde se topó con una mujer morocha de flaca fisonomía. Separados por una tumba, ambos se miraron estúpidamente y se enamoraron al instante. Su nombre era Paula, y la apodaban “troglodita” por su alocada personalidad.
Así fue como se conocieron y se enamoraron de inmediato. Durante sus cinco meses de noviazgo fueron a la pileta, a bailar, al cine y a comer pizza; y en épocas de vacas flacas, a caminar, a contemplar las carteleras del cine, a tomar agua fresca de la heladería y a observar como la gente comía.
A pesar de todo, seguían endulzados uno con el otro, pero una noche durante los preparativos de una fiesta en casa de Emilor, distaron por el ornamento y se pelearon.
Triste, Emilor, esa mañana no deseaba levantarse, pero el timbre de la puerta lo arrancó de su cama al recordar que ella había quedado ir por él a las nueve antes de esa discusión. Y a las nueve en punto corrió a la puerta de calle y recibió él mismo a su novia. No obstante, sus hermanos también fueron a atender, permaneciendo allí para entremeterse en sus asuntos; y no se sabe cómo hizo él: lograr para que se marcharan, para poco después ver a ella, sola, con la cabeza baja.
Él se sentía alejado de ella, pero cuando la vio se enamoró de nuevo. Sin que ella lo dijese comprendió que su aparición era furtiva: La tomó de las manos y tornada de agradecimiento ella se disculpó por haberle gritado. Por esa razón se sentía desdichada y lamentaba muchísimo haberse inmiscuido en la celebración del festejo. Luego de aquello le contó a mar de lágrimas su inevitable viaje a Mongolia. ¿Por qué se tenía que ir? No se sabe. Ella al dejarlo quería borrar un día y una noche, y mediodía más; no acordarse de su casa llena de gente: llena de flores, quería olvidarse haberse alejado de él y todavía seguir unidos.
Emilor permaneció entristecido por varios meses, hasta que un día durante un baile, conoció a la hermana de un compañero de trabajo de nombre Analía: Una muchacha de cabello castaño, baja estatura y un poco rellenita de cuerpo, pero era muy bella de cara. La llamaba por el seudónimo de “jirafa” y se destacaba por sus inclinaciones musicales. Cuando Emilor tenía la edad de 25 años se casaron, mudándose a una inmensa casa que ella había heredado; y a pesar de las dificultades que esto les ocasionaría, se habituaron ellos dos a persistir solos en ella, y lo que era una locura, pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse, así que alquilaron los cuartos sobrantes. Durante la luna de miel en su nuevo hogar, Analía nunca lo había encontrado tan contento y jovial.
No todo fue de color de rosas. Emilor se había endeudado con un amigo para amueblar la gran casa, y cuando se lo encontraba por la calle, desviaba la conversación para no tocar el tema; pero un día, su amigo le preguntó de forma espontánea:
–¿Todavía no te has olvidado del 1.000.000 de efes que me debes?
–No, pero con el tiempo puede ser –le respondió despidiéndose.
Por causa de esto, su esposa tuvo que trabajar volviendo a su vocación de vocalista. Casi todas las noches, él la acompañaba a su función, aunque no le gustaba mucho el tipo de canto que ella interpretaba. Y en una de sus presentaciones, cuando se disponía a cantar, uno de los acomodadores le confiesa:
–Cuando canta esta mujer me aburro soberanamente.
–Yo también –concuerda Emilor con rostro de resignación.
–Venga, salgamos afuera y tomemos unas cervezas –lo invita este.
–No puedo, la que está cantando es mi mujer –le responde apesadumbrado.
Por ello, Emilor ajustó sus gastos para que la deuda se saldara lo antes posible; y ni bien lo logró, convenció a su esposa para que dejara el canto, haciendo que sus vidas volvieran a lo cotidiano.
Una noche oscura donde las nubes tapaban la luna y las estrellas para que no iluminaran, ellos se encontraban sin saber qué hacer en esa enorme casa, y se pusieron a contar las partículas del aire, cuando irrumpió un terrible monstruo engendro mutante. La criatura, de color rojo fuego y con el aspecto de un gorila, derribó uno de los muros de la casa con sus enormes manos. Entre los destrozos, capturó a Analía, pero extrañamente le perdonó la vida; mas atrapándolos a ambos, se los llevó y hubieron de olvidar aquel encantador pueblo mientras el monstruo los alejaba.
El terrible engendro los llevó a su guarida que se encontraba debajo de la tierra. Al recuperar el conocimiento, se encontraron en una profunda fosa, en la que se abría una ventana, como en un túnel, atrás ven al principio un paisaje desértico, pero el monstruo mutante cerró la puerta.
Pasaron varias horas allí, ya estaban desesperados, y Emilor veía algo más que la superficialidad de las cosas: sus ojos percibían la gran cohesión del universo y estaba convencido que a veces tiene que sufrir uno por el bien de los demás, pero tenía pánico de enfrentarse con aquel monstruo de ojos amenazantes; mientras la joven respondía que continuaba declarándose inocente. Él le rogaba que le concediera todo el tiempo permitido, para ver si venía alguien a socorrerlos.
–Ve, has algo con ese monstruo –lo instaba ella.
–No sé qué hacer... Jirafita, sabes bien que me mataría por ti –expuso él.
–Sigues repitiendo lo mismo y permaneces allí sentado. Nunca había conocido a un hombre tan mentiroso –declaró ella enfadada.
Impulsado por el coraje, se levantó erguido y fue directo a enfrentarse con la bestia. Abrió la puerta, y allí estaba, aunque cansado manifestaba brío y colérico seño, rodeándolo una zanja profunda y una tupida cerca de pitas, y no había escape. Entonces regresó a su lugar de cautivo, y en aquella oscuridad encontró un túnel, descendiendo a las profundidades del suelo, hallando una ciudad rodeada por un muro, con casas abandonadas de grotesca tenebrosidad. Volvió para buscar otra salida, encontrándose con la bestial abominación. Sujetándolo con sus poderosas manos, lo oprimió contra su pecho, haciendo que Emilor abriera su boca en un grito. A esto, vació en ella una espumante pócima que, a los pocos minutos, lo transformó en un igual engendro monstruo mutante, experimentando como su cuerpo se enrobustecía, brotándole largos cabellos escarlatas de los poros de su piel. Al oír más de un gruñido, Analía bajó a investigar, topándose con dos rojas abominaciones. Haciéndose a un lado, los vio abandonar la guarida juntos, dispuestos a hacer súbditos.
Esa misma noche, los habitantes del pueblo descubrieron la guarida del monstruo y rescataron a la angustiada Analía. Ella les contó todo y muchos de los ciudadanos se prepararon para pelear creyendo que podían ganar, pero la gente de la otra ciudad no, y construyeron una poderosa jaula.
Al alba, cuando el sol resplandeció para hacerlo todo más difícil, aparecieron ambas mutaciones. No obstante, a Emilor se le estaba yendo el efecto de la fórmula, retornando paulatinamente a su contextura física y rasgos normales. Enseguida, los de la otra ciudad les tendieron una trampa, logrando que ambos entraran en la jaula, capturándolos exitosamente. A causa de esto, los del pueblo se encendieron de cólera y comenzaron a pelear con los de la otra ciudad.
Después de aquello todos se marcharon, habían terminado los impulsos de lucha, la gente esperaba en la plaza de los reunidos donde iban a determinar qué hacer con las abominaciones.
Entre tanto, Analía dio un vistazo a la jaula, reconociendo a su esposo que ya era totalmente humano. Esperó que el engendro cayera presa de los tranquilizantes que le administraron los pobladores; y hurtando la llave del bolsillo de uno de ellos, le abrió la puerta. Mientras una mujer vigilaba el lugar: Ella se encontraba en un olivar, dispuesta a dar la alarma si de improviso aparecía algo sospechoso; pero no los vio, y ambos huyeron airosos.
Sus vidas fueron cotidianas de nuevo, y al pasar los años tuvieron dos hijos: Marcelo alias “brea” y Natalio apodado “lápiz”. Más tarde, en su granja, encontraron a un bebé abandonado en una nave espacial, al cual llamaron Emilor Segundo, apodado “marciano”, pero esa es otra historia.
Y así vivió feliz hasta un Viernes 2 de Febrero del año 2075, cuando lo hallaron muerto tirado en la pileta de su casa a la edad de 96 años. Y así aconteció y terminó la vida de Emilor.
AL FIN

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